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Su trabajo ha sido expuesto en Alemania, Canadá, México, Argentina, Francia, España, Colombia, Guatemala, Venezuela, Estados Unidos y Brasil.

DANIEL FRANCISCO
Ciudad de México / 08.09.2020 02:34:53

En el sueño que siempre relata Mayra Martell se encuentra con las niñas que desaparecieron, arrancadas de los brazos de sus familias. Las ve en uniforme de secundaria, brinca de felicidad, les sonríe, pero no hay respuesta, son como fantasmas. El sueño se inunda de silencios hasta que ellas le dicen: «Mayra, tú eres quien está desaparecida». En su estudio están las fotografías de las desaparecidas. Lleva 15 años trabajando en el libro que recopila las investigaciones, esos últimos pasos. Todos los días piensa en ellas, habla con ellas. Usa una máquina de escribir mecánica, corrige a mano y también revela sus fotos en un cuarto oscuro. Le pido que lea uno de sus pensamientos, escrito a mano.

La voz se le quiebra: “La violencia tiene capas muy profundas que llegan hasta el fondo del corazón, de la sociedad, de las personas, de las víctimas, de los familiares”. Las fotos de Mayra Martell en las que ha capturado la presencia de las ausentes, esos cuartos que gritan la desaparición, esos objetos que nos dicen quién estuvo allí, han recorrido los recintos más importantes del país y de otros lugares del mundo. Le pregunto por la nota de metas de Erika Carrillo, sueños que se quedaron congelados, petrificados en el tiempo.

Es una hoja de papel en un mueble, una lista de proyectos, de intenciones, como la que muchos de nosotros hemos hecho. Y que va desde nadar, leer a Platón, hasta ir al Cervantino. Son los sueños hechos polvo de Erika Carrillo. Mayra recuerda: “su madre Hortensia ha estado conmigo durante quince años. Al principio era documentar y saber cómo documentas. Cada tema tiene su manera de abordarlo y allí me enfrentaba con un conflicto, que las personas no están. Lo que hacía era entrar a la recámara».  «Empiezas a conocer a la gente por los objetos que hay y esta nota la había hecho. Ella desapareció en diciembre y la había hecho en septiembre (unos meses antes de su desaparición).

Para mí fue muy fuerte, porque yo había ido al Cervantino ese año, que era una de las cosas que ponía y me decía mucho de la persona: ¿quién era?, ¿qué quería?, y justo siempre pensaba: ¡qué bonita persona!». Ha corrido los riesgos frecuentes de quien se mete con temas que vinculan al crimen organizado. Sabe lo que es huir de una ciudad sin tiempo para hacer la maleta, sólo lo indispensable, atrás quedan tu casa, familia y amigos. Las madres de las mujeres desaparecidas la han cobijado y permitido documentar sus pérdidas.

Es un ejercicio de recuperación de la memoria. Muchos periodistas, recuerda Mayra, fueron a Ciudad Juárez en la euforia del tema y después se olvidó. Tiene presente el dolor de las madres, de Doña Consuelo, por ejemplo y lo escribe: “De pronto se le salen las lágrimas y me dice: no creas que lloro por otra cosa, más que de puro coraje. El trayecto de sus lágrimas es raro, tiene muy marcadas las líneas de expresión en su rostro, parecen ríos, tan pronunciados desembocando en los labios, lleva tantas lágrimas que siento que un día se va a ahogar de todo lo que llega a su boca. Me da tristeza verla llorar, verla esperar, es como si cada año hiciera una enorme zanja en el rostro de Consuelo”.

Mayra dice que se han hecho muchos documentales sobre Ciudad Juárez, pero nadie regresa a ver qué pasó. “Yo soy de Juárez y veía a las madres, siguen buscando a las hijas, con sus propios recursos”. El primer homicida al que entrevistó secuestraba a las niñas de 5 a 7 años, de barrios a las afueras de Ciudad Juárez, les cortaba los pezones y los ponía en frascos. Mucha gente le ha dicho: «Mayra, ¿no te dan ganas de matarlos?» Y responde: “Sí, pero a la vez entiendo que yo soy parte de eso. Tenemos una sociedad tan llena de desigualdades”. Cuando le pregunto si los padres de mujeres desaparecidas son igual de persistentes que las madres, Mayra Martell dice enfática: ¡Claro que sí! Los ha visto desfallecer, el dolor se los devora, los deja en los huesos.

Y lloran en silencio. En cambio, las mujeres gritan, manotean, muestran su enojo. Mayra piensa que gobierno y sociedad se deberían preocupar por crear otro tipo de mundo, de convivencia, de sociedad, porque somos muy buenos para juzgar, pero no damos soluciones: “Es muy fácil levantarnos, leer el periódico desde nuestro celular, ¡Uy qué mal está el mundo!, sí, pero qué más y juzgan todo: aquella por puta, este por narco lo mataron. Es una olla a punto de estallar México”.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/12″][/vc_column][/vc_row]